«Si tuviésemos una Fantástica, así como tenemos una Lógica, estaría descubierto el arte de inventar», sentenció Novalis, como recuerda Rodari en su inveterada Gramática de la Fantasía, un clásico para «quien cree en la necesidad de que la imaginación tenga su puesto en la enseñanza».
También para los mayores que lo olvidamos y para quienes redactan los currículos educativos que tímidamente apenas se atreven a incluirla en las asignaturas y, según crecemos y las ilustraciones se difuminan de los libros, la Fantástica es para nefelibatos, descarriados o gentes sin futuro. Pobres condenados a alguna carrera de Humanidades y, en definitiva, a poner cafés con un hermoso dibujo en la espuma o dar consejos peripatéticos a su inaudita clientela en la barra.
El sistema, con su equivocada idea de productividad, reserva el derecho de admisión a la creatividad, naufragada en una bruma esotérica. Si le pregunta a su vecino en el ascensor si es creativo, por dar un giro al manido recurso del tiempo o el covid, probablemente palidezca y se baje alguna planta antes de lo previsto. Y eso que no hemos amagado con toser.
Igual que los adultos decimos que no sabemos dibujar porque abandonamos los lapiceros en la edad de la plastilina, creativos somos todos: escritores, ingenieros, panaderos, arquitectos, ilustradores, actores, abogados, pintores, electricistas, médicos, policías, escultores, fontaneros, profesores… Por no hablar de los asesores de los políticos y sus eufemismos. Ya sabe, toque de queda en realidad es una restricción de movilidad nocturna.
Es cierto que conocemos hombres y mujeres con una tendencia natural en mayor medida que otros, pero no basta con eso. Nada de dones olímpicos. Y, si somos de los que nos consideramos menos creativos, existen infinidad de técnicas que nos ayudarán a desarrollarla y que también emplean los talentosos.
La creatividad es cosa de artistas. Falso. La creatividad puede, y debe, ser aplicada a cualquier ámbito. Encontramos ejemplos en todos los campos. Desde Ferran Adrià, entre fogones, a Henry Ford en la fabricación de automóviles.
Todos somos creativos por naturaleza. Todos. Y todos estamos creando constantemente, aunque no seamos conscientes de ello o no demos mayor trascendencia a cada creación. Menudo ingenio derrochamos para llegar a final de mes.
Tan sólo, con tilde (toma RAE), hace falta tesón y valentía para asumirlo. El psicólogo Erich Fromm afirmaba que «la creatividad requiere tener el valor de desprenderse de las certezas». Por su parte, el gran Gabriel García Márquez consideraba que «la creación intelectual es el más misterioso y solitario de los oficios humanos».
Y es que, según el recientemente desaparecido Sir Ken Robinson, reconocido experto en innovación y recursos humanos, «la creatividad es el proceso de tener ideas originales que tienen valor».
Es cierto que, como cualquier músculo, hay que ejercitarla. ¿O Nadal se despertó con su toque mágico una mañana? Como dijo Albert Einstein, mucho antes, «no pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo». Y hay que sudar porque «la creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura».
Veamos la creatividad aplicada a los negocios. Edward de Bono, padre del pensamiento lateral, pone el ejemplo de la Red Telephone Company en Australia. Estos teléfonos rojos eran aparatos de alto nivel tecnológico. El problema era que en Australia las llamadas locales no controlaban el tiempo; por el mismo costo inicial, el usuario podía hablar mucho tiempo.
Las llamadas largas renunciaban a las ganancias de la compañía, ya que los aparatos siempre estaban ocupados por los que hablaban mucho, impidiendo que se establecieran otras llamadas más cortas. La compañía sólo obtenía beneficio por el número de llamadas, independientemente del tiempo. El fundador no veía posible tomar medidas o vías para limitar la duración o para cobrar más, porque eso pondría en desventaja a la compañía con respecto a otras.
Finalmente, la empresa encontró un recurso nuevo. Indicó los fabricantes del auricular que pusieran plomo en esa pieza. El resultado fue un auricular muy pesado, con lo que las llamadas largas resultaban agotadoras y, por tanto, se abreviaron.
Pongo un caso de negocios, precisamente, para demostrar que la vinculación entre creatividad y arte no es única sino que resulta aplicable a cualquier sector. Es cierto que la creatividad no nace de la inspiración divina sino que, como casi todo en esta vida, tiene su metodología y, sobre todo, la pasión que la revuelva.
Podríamos extendernos en el funcionamiento cerebral porque la neurociencia tiene mucho que decir pero esta apenas es una piedra lanzada al lago para generar ondas que nos estremezcan y nos animemos a ser creativos en cualquier ámbito sin misticismos. ¿Se atreve a soltar la cuerda?