Odio que me pregunten por mi «loquesea» favorito. Y lo odio porque nunca sé qué responder.
Elegir un favorito implica descartar todos los demás candidatos. ¿Mi película favorita? ¿Tiene que ser una? ¿Mi novela favorita? ¿Mi cómic favorito? ¿Mi serie favorita? ¿Mi autor tuerto de más de 90 kilogramos de peso favorito?
Ante todas estas preguntas suelo recurrir a los tópicos, incluso en lo del tuerto, en que recurro a Falconetti, (aunque no sea autor de nada). Y ya que hablamos de Falconetti…
…hablemos de personajes.
Llevándome la contraria a mí mismo —porque si alguien tiene pleno derecho a hacer eso, soy yo—, en mis talleres sobre creación de personajes suelo preguntar cuál es el personaje favorito de los talleristas (me niego a llamarlos alumnos porque yo suelo aprender tanto como ellos). Y en estas, descubrí que sí, que tengo un personaje que siempre acude a mi mente de una u otra forma cuando me planteo la creación, que me mantuvo atrapado mucho tiempo durante mi infancia y primera juventud y que todavía me atrapa en sus redes con cierta fuerza. Y ya he dado una pista.
Podría intentar hacer un alarde de una erudición que por desgracia no poseo y citar ahora a algún episódico de alguna novela vanguardista rusa, o a algún antagonista de un romance perdido de la Edad Media que nadie ha leído. Pero no, mi personaje favorito es un personaje compartido por muchos más lectores, y por muchos espectadores, ya que nos ponemos. La revelación me llegó con un zumbido en mi cabeza: mi personaje favorito es (ya lo habías adivinado) Spiderman.
¿Un simple superhéroe? ¿Sin los ricos matices de una Madame Bovary o un Aureliano Buendía? Pues sí, uno no elige estas cosas.
Por supuesto que también he disfrutado con muchos otros personajes, con Bilbo y con Frodo Bolsón, con Bastián Baltasar Bux, con Geralt de Rivia, con la citada Emma Bovary, con Mortadelo y con Filemón, con Pip, con Tyrion Lannister, con Don Quijote, con el olvidado Rey Gudú y todo su acompañamiento…
Vale, estamos de acuerdo: Spiderman no es el personaje mejor construido de la historia, claro que no. Pero tiene algo que lo hace (o lo hacía) diferente al resto de superhéroes. Pensándolo un poco, puedo afirmar que Spiderman es el germen de toda la avalancha de gente con capa que nos invade ahora y que intenta apartarse del simple estereotipo.
Creo que Spiderman me gusta porque es algo así como un esquema básico de lo que debe ser un buen personaje y se escapa de la brocha gorda de lo que habían sido los cómics del género hasta el momento. No solo lucha con los villanos, sino que tiene conflictos personales. No es igual en cada entrega, sino que tiene cierta evolución. No es seguro en todo lo que emprende, sino que está lleno de dudas y de conflictos internos. Y, por último, no es adulto.
Stan Lee cuenta en esta charla cómo su editor rechazó tajantemente un superhéroe con problemas personales. ¡Y adolescente! Pero él, en lugar de tirar sus bocetos a la papelera, siguió dándole vueltas. Su creación se había agarrado a su cerebro y no quería salir de allí. No había forma de que dejara de pensar en su criatura. Así que hizo lo único que se puede hacer en estos casos: le dio vida. Y demostró que estaba en lo cierto.
¿Qué se puede sacar en limpio de todo lo que he dicho? Que si estás escribiendo y quieres crear un personaje, te pueden servir todas las herramientas de todos los manuales, cursos, artículos, pero lo fundamental es que te diga algo, que lo sientas tuyo, que lo hagas vivir en tu cabeza. Cuando el supersentido arácnido empiece a vibrarte, lo sabrás. Ahí lo tienes.
Es tu personaje.