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Frente a frente

Eres un desastre. 

Camina igual que su padre. 

Qué mal se te dan las matemáticas. 

Desde luego, pintando no se va a ganar la vida. 

Nos gustaría pensar que nunca hemos dicho alguna de estas frases, que solo nos las han dicho o, a lo sumo, las hemos oído. Sin embargo, etiquetamos continuamente. Necesitamos hacerlo. También cuando nos cuentan últimas o primeras lecturas, autores favoritos, cantantes  relegados. 

¿Somos lo que leemos? ¿Somos lo que escribimos? ¿Quiénes somos?  

Fue narrar la primera historia y comenzó el asunto de la identidad. 

En los cuentos, en edades tempranas, el bien y el mal no discuten, son términos absolutos que se presentan bien definidos. Con el paso del tiempo, nos percatamos de que dialogar con el lado oscuro es aconsejable, también con el nuestro. 

¿Cómo nos construimos?  

Básicamente a través de relatos; que nos cuentan y nos contaron. Mi nombre, mi edad, mi entorno, mis amigos, mis discrepantes… me determinan. ¿De veras? ¿No hay nada más? 

¿Cuántas podemos llegar a ser? ¿Cuántos hay en cada uno de nosotros?  

En la literatura juvenil abundan títulos que tienen que ver con la necesidad de nombrarnos y por extensión de nombrar a otros: El abrigo verde, La historia interminable, Everlost, Un puente hacia Terabithia, La juguetería mágica… 

La identidad es algo incierto. Cuando escribo, igual que cuando leo, pretendo imprimir (rescatar) identidad. Me preocupa que mis personajes la tengan: para que sean, para que existan. Sin embargo, la sensación es que nunca los conoceré completamente. 

¿Acaso podemos poner la mano en el fuego por Sherlock Holmes? ¿Quién dice que mañana no podría matar a Watson ante un ataque de celos? 

¿Y qué hay de Pippi Langstrump? ¿No podría sufrir la picadura de un mosquito tigre y convertirla en una frenética del orden? 

¿No podría pasarnos al mismo tiempo a nosotros?

Hay algo de epifanía en descubrir lugares que desconocíamos y sin embargo nos pertenecen. A su vez, esa sorpresa se da en el otro (sin posesiones mediante), entonces la trama y los puntos de giro cobran fuerza. ¿Cuántos espacios habrá? ¿Cómo tienen que sonar? Según escribo, me doy cuenta de que prefiero reformular la pregunta, mejor, ¿cómo puedo sonar? La exigencia se impone desde el inconsciente, cambio esa mirada por la curiosa. La exploración como búsqueda, consuelo y reconciliación con lo imperfecto. 

Visito y revisito a esta que se está convirtiendo en amiga, acudo a menudo a tomar el té de las cinco con ella. La identidad, si es, solo la comprendo como un espacio de libertad, igual que la escritura. Ojalá ante un asalto de espejos ambulantes, nos podamos mirar siempre frente a frente. 

¿Te llamas Alicia?  

¡Qué desconcertante! ¡Nunca sé lo que voy a ser un minuto después!

2 comentarios

  1. María Ángeles Gozalo Yagües dice:

    Yo solo sé que soy incapaz de inventar historias que no procedan de mi, de mis vivencias/experiencias o de mis deseos y sensibilidades. Me preocupa ver que siento la necesidad de expresar mis valores, mis actitudes ante la vida. Soy incapaz de imaginar a malos muy malos, no los encontré cerca de mi, y los que encontré, tenían sus razones. Si lo pienso solo he visto la maldad cruda en la literatura, en la historia de la humanidad o en personas contemporáneas a las que no he tratado nunca personalmente. Y eso me frena a escribir porque no puedo contraponer bien y mal puros. Ambos (el bien y el mal) me parecen llenos de matices. Me estoy equivocando lo sé, la vida y la literatura están hechas de matices. No debo estar en mi momento, ojalá lo encuentre. Mientras, seguiré leyendo, escuchando y viendo historias ajenas. Es lo que más me gusta del mundo. Gracias, querida, por escribir así y sacarnos reflexiones únicas.

  2. Javier dice:

    Una forma magnífica de demostrar que se puede vivir en el alambre, dejar claro que hay un millón de posibilidades, no hay visiones únicas. Y todo gracias a una herramienta muy sencilla: la pregunta. La pregunta constante y sin miedos. Muy buen artículo, Mariajo, enhorabuena!!

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